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Y tras despedirme de ellos, los observé marcharse caminando hacia la avenida. Las luminarias de halogeno los iluminaban, charlando despreocupados, vereda tras vereda mientras se iban perdiendo poco a poco, cuadra tras cuadra, a lo lejos, libres, con el mundo frente a ellos, un mundo listo para ser conquistado... Por ellos. Sonreí. Recién entonces me percaté, como quien se despierta, que mis hijos ya eran hombres.Texto y fotografía: Javier A. Bence
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